martes

Fiesta en la tarima

He oído decir en los vestuarios que el sábado hubo fiesta en la sala spinnera del Sato. Entiéndase por fiesta un evento fuera de lo normal, algo desacostumbrado, algo que tiene la suficiente enjundia como para que esté en boca de la gente que no sabe siquiera lo que es el “spinning”. Oí decir que dos personajes, dueto, dúo o pareja de hecho, como se quiera llamar, animaron la clase de las 12.30 subiendo ambos dos a la tarima para hacer la clase al unísono.

El profano puede pensar que la tarima es un pedestal de mármol blanco ribeteado con orlines y ángeles tallados. Pues no señor, la tarima es un armazón de hierro con dos tablones de okumen que tiembla que da miedo cuando se pedalea más rápido de la cuenta. En esos tablones está la bicicleta del master que da la clase y el “súper equipo” tortillero-patatero (al que alguien podría darle una patadita “sin querer” para que dejara de sonar de repente, nadie lo vería, ya nos encargaríamos de tapar la cámara de la sala).

Bueno, a lo que íbamos. Investigando, investigando, me entero de que los elementos que dieron la clase fueron el “Boss” (se le perdona, es el que comanda) y el fundador del club friki spinnero del Sato, don Julián Macías “Peluca”. Lo que habría dado por ver a esta pareja en la tarima.

El “Boss”, como siempre, sereno, sin inmutarse, aparentemente sin sudar, imponiendo su ley, pedaleo rítmico, pedaleo redondo, 130 pedaladas como máximo en los ejercicios de lllano, 75 pedaladas en subida con picos de 80 y 85 para los fatigas. Equipación “Spinning” completa, con zapatillas SIDI, toalla de color verde militar y botellín rojo con carbohidratos líquidos. Es el jefe de la sala, su apodo lo dice todo, para que decir más, y los que están abajo lo saben. Él es el que manda, el que decide si hoy te vas a casa con las piernas calentitas o te deja un respiro para tumbarte a la próxima.

Nuestro querido Julián, a su lado (el equipo imagino lo pondrían en el suelo, la tarima no da para más) concentrado, callado (no tiene ocasión para hablar con el de al lado, el protocolo se lo impide), sin gastar bromas. La coleta recogida como Dios manda, con una gomita después de haberse “arreglado” en el aseo. Es su ritual. Pulsómetro en el manillar para tenerlo a la vista, procurando no embalarse en los llanos. A él le molan los ritmos acelerados, de 130 a 140 pedaladas por minuto, va sobrado (doy fe de ello). Y en subida marcando el ritmo con su compañero de fatigas, uno, dos, uno, dos. Julián no bebe agua, no utiliza botellín, bebe al principio y al final, no pierde tiempo en esas cosas, él quiere pedalear, dar lo máximo y un poco más, es una bestia de la bicicleta.

Me imagino al Boss mirando de reojo el pulsómetro de Julián, dándole caña, diciéndole con la mirada “Levanta la palanquita y aprieta. En los llanos no me bajes del 70% que si no, no vale para nada”.

Me imagino a Julián, con la mirada perdida en alguna niña guapa (en la tarima no hay espejo en el que mirarse, así que hay que fijar la vista en otro sitio o en alguien) con la media sonrisa y los goterones de sudor cayendo al pie de la bicicleta.

Buen feeling y buen rollo. Lo que no alcanzo a imaginar es la cara de la peña que estaba abajo. Eso me lo tenéis que contar.

Me lo perdí, de veras me lo perdí. Nadie me avisó y ahora tengo que hacer elucubraciones acerca de lo que pasó. Pero estoy casi seguro de que esto que está aquí se parece mucho a lo que ocurrió allí. La próxima estaré allí y quién sabe, igual soy yo el que se sube a la tarima.

P.D: Este artículo no tiene nada que ver con lo que pasó el sábado. Acabo de leer lo que sucedió en realidad pero como nunca se sabe, ahí queda dicho. Saludos a todos los colegas y espero que disfrutéis de las líneas.

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