Parte 2: Ruta Puerto Serrano - Olvera

Desde la estación de Coripe a la de Olvera aún quedaban casi 20 kilómetros, y un montón de túneles por atravesar, algunos de ellos sin luz o con luz deficiente. Imaginaos lo que es atravesar un túnel prácticamente sin ver un carajo y rezando para que no haya un bache fatal en el suelo. En los túneles había una humedad tremenda y montado en bicicleta y pedaleando hacía un frío del demonio.

Aunque la etapa parecía llana, lo cierto era que iba picando continuamente hacia arriba, muy ligeramente, pero hacia arriba. A unos 7 kilómetros de la estación de Coripe pasamos por el peñón de Zaframagón, lugar espectacular donde los haya. Arriba en la cima se veían los buitres volando en círculo como si esperasen a que alguno de los bikers cayera de la bicicleta para abalanzarse en picado sobre ellos. Entre tanto el grupo de cabeza se mantenía. Ana, nuestra nueva incorporación firki y nuestra anfitriona en el grupo, seguía el ritmo de los de cabeza, pedaleando como los demás. El camino se hacía muy agradable. La temperatura acompañaba y hacía un día esplendido, magnífico, con un sol radiante.

Pasado el peñón de Zaframagón había otra estación, no recuerdo el nombre, donde hicimos una parada muy cortita, unos 3 o 4 minutos. Fue pasada esa estación, si no recuerdo mal, cuando nos encontramos con un bicicletero que iba escuchando la radio. No llevaba un aparato de radio propiamente dicho, tenía el móvil con los altavoces conectados y escuchaba un flamenquillo chanero (creo que era Radio Olé) mientras pedaleaba muy piripuesto en su bicicleta, muy erguido, muy digno él, como diciendo “Miradme, contempladme, seguidme, yo os guiaré”. Evidentemente pasamos como flechas junto a él.

También encontramos en el camino pero en sentido inverso a una montonera de gente en bicicleta que ocupaba el carril por completo. Ni los timbres, ni los silbidos, ni las voces de aviso hicieron que ocuparan su parte del carril. Había muchísimos críos, también tienen derecho y más ganas que los mayores, que circulaban con sus mini bicis y sus cascos de juguete. Y perros, también había perros que circulaban con sus dueños y que pasaban olímpicamente de las bicicletas del camino. Por supuesto, los perros sin correa, para que uno se los lleve por delante y además, de premio, te lleves un mordisco en el culo.

De esta manera, y casi sin darnos cuenta llegamos a la estación de Olvera. El grupo nuevamente se había dividido. Los que iban en cabeza decidieron pegar un “hachazo” y se descolgaron del resto. Los últimos kilómetros de la ida se hicieron sobre un carril bicicleta construido en medio de la sierra, de un color rojizo, y que facilitaba que la bicicleta anduviese prácticamente sola. En la estación, se hizo una parada más prolongada, casi media hora. Era el momento de reponer algo de fuerzas, que aún quedaba la vuelta. Casi todo quisque se dirigió a las mesitas al sol que había en el restaurante de la estación para pedir una cerveza y sentarse a descansar. Nosotros decidimos quedarnos de pie, al sol, charlando y comiendo algo. El amigo Antonio sacó un manojo de plátanos del maillot y se zampó un par de ellos. Yo saqué un par de barritas de muesli y me las comí. Si recordáis en la primera parte hablé del amigo Bacterio, el amigo legionario. Alcanzó la estación con más de veinte minutos de retraso y llegó, prácticamente sin resuello, diciendo “Hoy no es mi día, no estoy fino”. Y digo yo, ¿no tendrían la culpa el lamparillazo de anís y los cigarritos del desayuno y de las paraditas en el camino?

Era tiempo de regresar, antes de que las piernas se enfriaran, que aun quedaban más de 35 kilómetros de camino agreste. Y casi todos los que venían con nosotros tenían una parada obligada en el Chaparro de la Vega para ponerse hasta el culo de paella.