lunes

Capítulo 3: Período de prueba

El Lolo había tomado buena nota de la conversación con Fede. Desde entonces había estado sopesando la posibilidad de apuntarse al gimnasio para seguir un régimen de ejercicios “light”. Un poquito de bicicleta estática, un poquito de cinta, algunos abdominales, ejercicios al fin y al cabo que le permitieran no tener un cargo de conciencia demasiado acusado si se pasaba con los vicios luego. En un principio había pensado que sería buena idea ir al gimnasio dos veces por semana, pero viendo que estaba gastando una 54 de pantalón, que había alcanzado los 122, decidió que al menos iría 4 veces. Sólo faltaba un pequeño detalle, él quería ir al gimnasio acompañado, con alguien que le cubriera las espaldas, en definitiva con alguien con quien pudiera compadrear. Quién mejor que el Chungo en ese papel.

El Lolo conocía la aversión del Chungo por el deporte. Tenía que plantearle la situación con delicadeza. ¿Cómo conseguir que su compadre asistiera a un gimnasio de forma regular? De hecho, el planteamiento era todavía más simple ¿cómo conseguir que el Chungo pusiera siquiera un pie en el gimnasio?

Al Chungo había una cosa que le gustaba más que el fútbol y eso era un secreto a voces. Las mujeres eran su otra pasión (aunque suene a tópico). Soltero empedernido desde tiempos inmemoriales, el Lolo nunca lo vio con la misma fémina dos semanas seguidas. A decir verdad, el Chungo era feo de cojones. No era especialmente alto pero tampoco era bajo, alrededor de 1,73. Tenía siempre una media barba sin afeitar y una marca de nacimiento en el entrecejo como si le hubieran dado un plomillazo. Esto hacía que siempre llevase el ceño fruncido y que pareciera que estaba peleado con todo el mundo. Tenía la frente “despejada” y todo el cabello que le quedaba se lo había dejado largo, recogido con una gomita en una coleta. Toda su persona rondaba los 115 kilitos, eso sí, mejor repartidos que los del Lolo.

La pregunta que el Lolo se hacía continuamente era como un sujeto como este se llevaba a esos pivones de calle noche tras noche. Y la respuesta la tenía cada vez que lo oía hablar con una pavita de estas. El Chungo se gastaba un verbo y una labia que vaya usted a enterrar a Espronceda y demás subalternos de turno.

El Lolo y el Chungo quedaron una tarde para tomar unas cervezas. La estrategia a seguir por el Lolo en la exposición de los hechos para convencer al Chungo era muy simple.

Lolo: Me voy a apuntar al gimnasio, tío. Y quiero que vengas conmigo. Quiero que te apuntes conmigo. Quiero que seas mi compañero.

Chungo: Lolo, mira, mariconadas las justas. Eso de compañero, dicho así suena como muy …. amariconado, tío. Además, ¿para que quieres apuntarte al gimnasio?

Lolo: Chungo, en el gimnasio te vas a jartar de ver pivones. Te aseguro que allí hay más tías de las que tú puedas ver en una semana. Además, puedes aprovechar para hacer algo de ejercicio y así perder esa barriguita.

Chungo: ¿Pivas? Pero si el gimnasio está empetado de tíos “paquete”. Aunque pensándolo bien….. Mira, voy a ser yo el que te proponga un trato ¿te parece? Nos apuntamos, tú y yo, y durante un mes vemos como va la cosa. Si el temita va bien y nos gusta, continuamos, y si no, pues a tomar por culo.

Lolo: Coño, Chungo, pensé que iba a costarme más trabajo convencerte.

Chungo: Lolo, tío, habiendo mujeres ¿cómo vas a dudar de mí?

Lolo: Me parece bien. Pues entonces, mañana por la tarde, nos acercamos, nos informamos y nos apuntamos. Tráete la ropita de deporte, esa que tiene ya los mismos años que el SEAT 1430 de tu padre. Y otra cosa, no te olvides la cinta del pelo.

Chungo: Tus muertos, Lolo.

Continuará….

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